ANOTACIONES PARA EL 4
DE OCTUBRE, 2012
10. “Lo que hay que hacer.”
Nota: Esta anotación fue inspirada
por un comentario que recibí ayer de una persona que me afirmó que era absurdo
esperar que un trabajador, después de una dura jornada laboral de 12 horas, se
pusiera a leer un libro para elevar por su cuenta su nivel de educación.
¡Gracias!
Si tuviera, porque se me hiciera la
pregunta, que hacer un breve croquis de las reformas necesarias para sonsacar a
un país hispano como México de su miseria tercermundista, consistiría más o
menos en lo siguiente:
Primero, hay que hacer inventario de
la situación:
Reconocer que México, al igual que el resto de Iberoamérica, no es Europa para
aplicar las (fracasadas) soluciones del materialismo-dialectico,
marxismo-leninismo-estalinismo que tuvieron lugar en las grandes reformas
socioeconómicas europeas del siglo pasado. Si comparamos la Iberoamérica actual
con la Europa de los dos siglos anteriores inmediatamente nos damos cuenta de
que no hay forma de hacer una comparación. Europa, (y por ende la cultura y el
nivel educativo de la población europea entera), ha gozado de la presencia y de
la magistral obra de las mentes filosóficas, científicas y hasta artísticas más
dotas de la historia del planeta. En la filosofía, desde los presocráticos,
Sócrates, Platón y Aristóteles hasta Stuart-Mills y Nietzsche, Hegel, y Marx, y
en términos más contemporáneos, Bertrand Russel, amigo de Einstein, y
Wittgenstein, Europa ha producido gigantes cuya semblanza en otras partes del
mundo ha sido escasa. En las ciencias y en las matemáticas, desde Pitágoras y
Arquímedes hasta Newton y Einstein; desde Mendel padre de la genética, hasta Darwin
padre de la teoría de la evolución; desde Ramón y Cajal padre de las
neurociencias y Freud padre de la psicología, hasta Francis Crick el
descubridor del ADN – a quien tuve el tremendo privilegio de conocer en el
Instituto Salk de UCSD – el mundo científico, matemático y tecnológico en el
que vivimos es directamente, e indisputablemente el resultado del intelecto
europeo. No importa la disciplina
científica que se estudie, casi nunca vamos a escapar del legado de la
aportación intelectual proveniente directamente de Europa. Acéptenlo: el mundo
no es aplanado.
Si los EE.UU. ha logrado ser lo que
es se debe a que:
1)
Desciende
culturalmente e ideológicamente de Gran Bretaña, cuyo nivel de desarrollo
intelectual ha sido, escritores y pintores aparte, y sigue siendo muy superior
al de España y Portugal.
2)
Ha
mantenido un vínculo cultural y político muy estrecho con el antiguo poder
imperial, desde la formación de los servicios de inteligencia americanos con el
apoyo y patronazgo de los británicos, hasta la colaboración y el apoyo actual en
misiones militares y diplomáticas internacionales. Esta unión le ha dado una
continuidad con sus orígenes culturales. (No se ve ese tipo de relación en el
mundo hispano.)
3)
Ha
sido el repositorio del intelecto europeo (e internacional) desde la segunda
guerra mundial, dando acogida a todos los cerebros huyendo de la quema de la
destrucción bélica propiciada por la agresión alemana. Así, por ejemplo, desde
Einstein hasta Houdini, mucho grandes acabaron siendo residentes, sino
ciudadanos de los EE.UU. En el siglo pasado mientras que Europa dio origen a
los genios más grandes del planeta, EE.UU. los dio residencia y seguridad
económica. Los EE.UU. opera muy al contrario de que se ve típicamente en los
países hispánicos, los cuales, plagiados por una xenofobia que les induce,
mediante su manifiesto tribalismo, tienden a rechazar
contribuciones ideológicas y personales provenientes de otros países que no sea
el suyo.
A modo de digresión parentética, hay
que hacer hincapié en los orígenes históricos de ese tribalismo típico de la
Hispanidad que proviene culturalmente de los reinos musulmanes de Taifas
presentes en la península Ibérica durante casi ocho siglos. Este tribalismo se
expresa aun en situaciones en las que no existe una definida identidad tribal.
Esto ha sido un defecto endémico de la cultura hispana. El mexicano por
ejemplo, con frecuencia rechaza la categorización internacionalmente reconocida
y justificada por realidades lingüísticas, religiosas, históricas, y
culturales, a ser designado como un país “hispano” sin darse cuenta de que
anterior a la colonización no existía una dominante identidad étnica de ningún
modo – ni lingüística, ni religiosa, ni cultural, etc. – en lo que es el
espacio geopolítico que ahora se conoce como México. Este rechazo le enajena del beneficio de
cualquier movimiento de solidaridad internacional con el resto de Iberoamérica,
no digamos lo que le aliena del beneficio del rico patrimonio
histórico-cultural europeo mediante su herencia española. Donde el único idioma
que les une es el castellano, donde la religión dominante es la religión
Católica, y donde los nombres y apellidos parecen sacados de una guía
telefónica de Madrid, se rechaza lo que históricamente es innegable: es una país
de predominante ascendencia española, es decir, es un país hispano, o si
prefieren, hispánico. Tampoco reconocen
el efecto de esta absurda y necia posición, y lo que implica para la formación de
su propia identidad nacional. Al negarse en reconocer la única realidad histórica
que les une a todos – puesto que pocos mexicanos descienden simultáneamente de
los aztecas, los mayas, los apaches, los toltecas, los chichimecas, los olmecas,
etc. – ¡se les imposibilita fomentar una
identidad nacional lo cual es un factor previo para una consciencia social! Sin
una identidad nacional no puede haber una conciencia social; sin reconocer el único
patrimonio cultural que les pueda servir de base para una identidad nacional
unida, pasarán siglos antes de que tengan una identidad nacional. Es decir, los
mexicanos solitos se ponen en un jaque mate perpetuo que contribuye categóricamente
a cementar su propia condición como recurso humano explotable. Ellos se dividen
y son conquistados.
Habiendo dicho todo eso y volviendo
al tema anterior, hay que tener en cuenta una cosa muy importante, el nivel relativamente
bajo de religiosidad en Europa es directamente un reflejo de su nivel de logro
intelectual. Es decir, los países más religiosos, las culturas más arraigadas
en lo que podemos llamar la cosmovisión mágico-ilusoria de la religión, son los
más intelectualmente incapacitados, los más ignorantes. La ignorancia en este
caso es el primer impedimento al progreso de un país y puesto que la
religiosidad fomenta una ignorancia deliberada, es el verdadero enemigo del
progreso hacia un futuro de bienestar social en cualquier sentido de la
palabra.
Ya, ya lo oigo venir, “Pero
en cualquier país tercermundista la ignorancia es el proceso de la colonización
y la religión la mayor herramienta para implementar ese proceso.” Sí,
es cierto. ¿Y qué? Igualmente es cierto
que Iberoamérica quiere – inconscientemente claro porque es demasiado ignorante
para de verdad darse cuenta de las motivaciones que dominan y determinan su
presente y futuro – aplicar desde su desidiosa comodidad el modelo europeo de
cambio social y económico mediante una simple reforma política. Eso es
imposible dado la tremenda ignorancia dominante en el pueblo iberoamericano con
niveles de religiosidad semejantes en algunos casos a países de África. Si
Europa está en una etapa posmodernista es porque sus poblaciones y culturas
integrantes han pasado a través, y superado, etapas en su formación como la
Edad Media, el Renacimiento, la Reforma Protestante, la Ilustración, la
Revolución Científica, la Revolución Industrial, etc., no digamos innumerables
guerras religiosas e ideológicas. Mientras, países de Iberoamérica en general
desconocen los principios básicos propios de la cosmovisión filosófica-científica,
propia del ‘primermundismo’ europeo. La democracia es una invención europea aplicada
en el contexto de una sociedad de hombres libres y comprometidos políticamente
a sus sociedades – nada que ver con la realidad latinoamericana.
He tenido la insoportable y sumamente
irritante experiencia de descubrir que en Iberoamérica con frecuencia personas
con formación universitaria carecen de un conocimiento básico, fundamental, de
la teoría de la evolución, y que además son intensamente reacias a aceptar que
las ideas del creacionismo bíblico son tan retrogradas y han sido tan refutadas
por hechos verificados y verificables como aquellas correspondientes a un
planeta plano, o aquellas que afirman que las enfermedades son causadas por
malos espíritus. Dicho de otra forma, mientras que el primermundista habita un
mundo dominado por una cosmovisión científica-empírica, propia de la era
espacial y del desciframiento del genoma humano, el iberoamericano aun arrastra
una perspectiva religiosa propia de la Edad Media; el africano en muchos casos
de la Edad de Hierro. No podemos, comparar el nivel de erudición, de formación
educacional, de madurez intelectual del europeo promedio con el del típico iberoamericano
o africano.
Ya sé que se me va acusar de
etnocéntrico – ya me han dicho de todo y creedme me trae sin cuidado porque
quien me lo va a decir ni va a leer detenidamente lo que estoy diciendo, y si
lo hace no me va a entender sobre todo si no recurre a un diccionario con
antelación. Uno de los más grandes problemas con la falta de formación
intelectual es la falta de disciplina emocional, la falta de control, a nivel
visceral, sobre reacciones irracionales e impulsos agresivos. Eso también, correlaciona
con una alta religiosidad. (El por qué lo explicaré en mi próximo artículo al
respecto.) Cuanto menos se desarrolla el intelecto y las facultades
auto-disciplinarias en general, más impulsivos somos, más violentos, más dados
al deleite de los placeres en vez de a la satisfacción moral de las
obligaciones cumplidas.
Ciertamente el iberoamericano
insiste en creer que los efectos insidiosos y ubicuos de la colonización con
los que busca explicar, y excusar, sus disfunciones sociales, no le han
afectado igualmente de forma personal, psicológica. Insiste en la fantasía de
que la corrupción y disfunción de su sociedad se limita a la política y a la educación
pero que no tiene origen en las familias mismas donde se crían esos políticos,
ni en los alumnos que egresan de tales deficientes instituciones educativas. Persevera
en la ilusión de que la decadencia que se manifiesta con suma evidencia en todas
las facetas de su sociedad no surge de la cultura misma; y en el caso de
admitir que la corrupción y la decadencia y la disfunción son culturales, no
acepta que la cultura no es un ente aislado y distinguible de las personas que
la forman. La realidad es que esa corrupción, esa decadencia, esa disfunción está
en la familia, en la forma de (mal)criar a los hijos; está en la naturaleza de
las relaciones matrimoniales; está en la falta de afirmación de la
individualidad y el apego a la aceptación familiar; está en la ausencia del
arquetipo del “hombre” que resulta ser una satírica versión de una masculinidad
inmadura que conocemos como el machismo y que es el resultado invariable del
dominio del matriarcado; está en el concepto mismo del amor que no saben
distinguir del apego egoísta; está en la falta de una visión formativa para los
hijos; está en concepto del ocio como tiempo para recreación en vez de una oportunidad
para su formación; está en la falta de responsabilidad personal en cuanto a un control
sobre el impulso emocional ocasionando lo que coloquialmente conocemos como “el
arranque”, “el berrinche”, “el pronto”, etc., pero no solamente en niños preadolescentes,
sino en “hombres” y “mujeres” designados como tales por edad cronológica pero no
por sus muestras de madurez emocional. La falta de valoración del intelecto se
resume así: es más importante el sentimiento que el pensamiento, es decir, la emoción
prevalece por encima de la razón y por consiguiente nunca se logra una autorrealización
personal, familiar, comunal, social, o nacional más allá de la explosión afectiva
del momento y del turno. Se comportan como niños malcriados pero quieren ser
respetados, por sus propios políticos y por la perspectiva internacional, como
adultos racionales. No va a pasar: el mundo no es una madre consentidora.
En resumen: estamos tratando en
Iberoamérica con una población ignorante, emocionalmente inmadura, volátil, e irresponsable,
con una correspondiente alta religiosidad, y con un retraso intelectual-cultural
de aproximadamente cuatro siglos con respecto al europeo. Si fuera el caso de que a nivel general, los
pueblos de Iberoamérica se dieran cuenta de que sus deplorables situaciones
sociopolíticas y económicas están en directa proporción y en alta correlación
con su retraso cultural aceptarían, de hecho, anhelarían, todo empeño
proveniente de cualquier origen que se esforzara para remediar su situación.
Lejos de ser ese el caso, las
soberbias actitudes dominantes en la cultura latinoamericana en absoluto
corresponden a lo que racionalmente se esperaría de
alguien en su situación – pero sí corresponden a la irracionalidad correspondiente
a la falta de nivel educativo general. Es decir, mientras que hay, generalmente
hablando, un reconocimiento de la existencia de un problema, las causas del
mismo se externalizan por completo de tal forma que convenientemente consiguen evitar
cualquier responsabilidad personal sobre el presente o el futuro de sus
sociedades. Aquí vemos que los culpables son los españoles por la colonización, las corporaciones
extranjeras por la explotación,
los EE.UU. por su política de intervención, los políticos
nacionales por sus elevados niveles de corrupción,
los demás ciudadanos de sus respectivos países por su falta de comprensión, la Iglesia Católica
por la imposición de su religión,
etc., etc. Sin lugar a dudas, si en Iberoamérica falta desarrollo intelectual
desde luego no falta inteligencia a la hora de buscar excusas que eviten
cualquier compromiso propio con lo único que cuenta: una solución.
La solución jamás se logrará
mientras que el problema se considere siempre externo y ajeno al individuo y a
la cultura misma, y por lo tanto fuera de su control y lejano a su
responsabilidad. Es una actitud, no obstante, propia de una cultura embutida en
una cosmovisión mágico-ilusoria donde el poder se externa a fuerzas ajenas
(extranjeros, los espíritus, los santos, el karma, los políticos, etc.) y nunca
a uno mismo. Sin antes tomar una postura de responsabilidad personal y social
por su presente jamás se va a lograr la anhelada condición de dignidad que
surge exclusivamente de la potestad y de la autoridad sobre su futuro.
El iberoamericano, al igual que el
afroamericano, el indio americano, y todas las demás poblaciones del planeta
con una destacada ascendencia de origen indígena, forman un gran pueblo
conquistado, no solamente por naciones, industrias transnacionales, o políticos
corruptos, sino por:
1)
Su
propia cosmovisión mágico-ilusoria-religiosa que les esclaviza mediante la
ignorancia (tanto por su falta de conocimiento filosófico-científico como por
su rechazo al aprendizaje del mismo) y
2)
Por
el efecto de sus esquemas de ser y estar en el mundo que simplemente no son
adaptivos a la realidad imperante en el siglo XXI.
Simplemente, sus culturas son
disfuncionales, tanto por diseño (precisamente ese es el propósito de la
colonización), como por empeño (al no querer reconocer que ellos mismos
mediante sus patrones de conducta, de pensamiento y de emoción, siguen insistiendo
en tratar de reafirmar la validez de esos mismos patrones auto-derrotistas). Se
quejan de ser el producto de una colonización y de una explotación, etc., pero
ninguno quiere reconocer que personalmente él o ella misma representa en su
mismo ser – en su forma de pensar, en su forma de comportamiento, en su forma de
sentir – el carácter de esa colonización.
Más claro: son ciegos que deniegan su estado de ceguera y que
resienten a cualquiera que se lo señale.
Segundo, hay que tomar
responsabilidad total por el presente: De nada sirve seguir conmiserando por las injusticias
del pasado. Aquí es donde hago referencia a una actitud muy representativa de
la mentalidad colonizada dominante en Iberoamérica: “No puedes esperar que un
trabajador, después de una dura jornada laboral de 12 horas, se ponga a leer un
libro para elevar, por su cuenta, su nivel de educación.” Esta es una actitud
de autocompasión que solamente sirve para reforzar la autoimagen de una víctima
indefensa e impotente para cambiar su propia condición y por lo tanto en espera
de que alguien de afuera venga para hacerlo por él sin exigir su cooperación y
compromiso a cambio. No va a suceder.
Tampoco es de extrañar. Junto
con la altísima religiosidad domina el ideal del mártir sacrificado. Con el
modelo que ofrece Jesús pasamos del dios guerrero de la antigüedad al dios mártir
que no levanta un miserable dedo en su defensa y que profesa que los “últimos serán
los primeros”, promoviendo así una ideología del martirio apático – perfecto para
inculcar una mentalidad propia del colonizado – en vez del esfuerzo proactivo
del que busca ser responsable por su propia liberación: al fin y al cabo lo que
cuenta en la mentalidad religiosa es la meta de un paraíso extraterrenal.
De hecho, en la cultura
iberoamericana sobra lo que se reconoce psicológicamente como la “indefensión
aprendida”:
La
indefensión aprendida es un tecnicismo que se refiere a la condición de un ser
humano o animal que ha aprendido a comportarse pasivamente, sin poder hacer
nada y que no responde a pesar de que existen oportunidades para ayudarse a sí
mismo, evitando las circunstancias desagradables o mediante la obtención de
recompensas positivas. La teoría de indefensión aprendida se relaciona con
depresión clínica y otras enfermedades mentales resultantes de la percepción de
ausencia de control sobre el resultado de una situación. A aquellos organismos
que han sido ineficaces o menos sensibles para determinar las consecuencias de
su comportamiento se dicen que han adquirido indefensión aprendida.
Irónicamente, trágicamente,
patéticamente, esta posición de no exigir al pueblo ignorante responsabilidad
por su propia formación es una posición claramente auto-derrotista a la vez que
auto-saboteadora, y que sirve precisamente para fomentar los intereses de las empresas
multinacionales, de la Iglesia, y de los políticos corruptos. Vemos el ciclo
vicioso de la colonización y de su insidiosa implantación como la fuerza
automotriz de los valores y principios culturales. Pero también vemos donde
podemos tomar las riendas del poder mediante una intervención, a nivel popular
e independiente de las fuerzas que la perpetúan precisamente porque se
benefician de ellas. Es decir, no habrá cambio sin que el iberoamericano acepte
la naturaleza corrupta de su cultura que le encierra en un ciclo vicioso de
sometimiento socioeconómico mediante disfunciones psicológicas propias de un
perfil de negativista desafiante, discapacidades cognitivas resultantes de
sistemas educativos deficientes, y una preferencia a ocupar su ocio con la
fiesta, la bebida, y la comida, en vez de con el estudio, la formación
personal, o la lectura. No es de
sorprender, por ejemplo, que México tenga la dudosa distinción de disputarse la
primera posición en obesidad infantil y adulta a nivel internacional.
La religiosidad es esencial en
aseverar este ciclo vicioso. Encierra tanto al individuo como a la cultura
misma en una burbuja de ignorancia deliberada a la vez que lo incapacita
intelectualmente para reconocer la existencia y los efectos de la burbuja
misma. De ahí
que no exista, comparativamente hablando, en las culturas de alta religiosidad,
una curiosidad intelectual, un empeño de autorrealización formativo, un sentido
del uso del ocio como recurso primordial a la superación personal, familiar,
social o cultural. Se establece, y se garantiza de forma perpetua, un culto al
obscurantismo.
En cuanto a la conveniente postura
de indefensión aprendida, goza de presentarse como una excusa ante la apatía
que no tiene justificación cuando una persona o un pueblo se comprometen a su
emancipación. Veamos el ejemplo de Frederick
Douglass, un esclavo afroamericano que, viviendo en condiciones que hacen
parecer a la Iberoamérica de hoy un paraíso liberal, logra no solamente superar
su condición de analfabetismo impuesto por ley, sino llegar a ser uno de los
pensadores más destacados de la cultura americana – blanca o negra – del siglo
XIX:
Frederick
Douglass nació en una cabaña de esclavos, en febrero de 1818, cerca de la
localidad de Easton, en la costa oriental de Maryland. Separado de su madre
cuando sólo tenía unas pocas semanas de nacido fue criado por sus abuelos. A la
edad de seis años, su abuela lo llevó a la hacienda de su amo y lo dejó allí.
Al no ser contado por ella que ella lo iba a dejar, nunca Douglass se recuperó de
la traición del abandono. Cuando tenía unos ocho años, fue enviado a Baltimore
para vivir como un criado de Hugh y Sofía Auld, los parientes de su amo. Fue
poco después de su llegada que su nueva dueña le enseñó el alfabeto. Cuando el
esposo de ésta le prohibió continuar con su enseñanza, porque no era lícito
enseñar esclavos a leer, Frederick se encargó por sí mismo de aprender.
Convirtió a los niños blancos del barrio en sus maestros, al regalar su comida
a cambio de lecciones de lectura y escritura. A la edad de doce o trece años
Douglass compró una copia de “The Columbian Orator”, un libro de texto popular
de la época, lo que le ayudó a lograr un entendimiento y apreciación del poder
de la palabra hablada y de la palabra escrita, ya que descubrió que eran dos de
los más eficaces medios para lograr un cambio permanente y positivo.
Volviendo
a la costa este de los EE.UU., aproximadamente a la edad de quince años,
Douglass se convirtió en un peón de campo, experimentando la mayoría de las
horribles condiciones que plagaron esclavos durante los 270 años de esclavitud
legalizada en los Estados Unidos. Pero fue durante este tiempo que tuvo un
encuentro con el esclavo buscapleitos Edward Covey. Su pelea terminó en empate,
pero la victoria fue de Douglass, ya que su desafío al bully restauró su
sentido de auto-estima. Después de un intento de fuga abortado cuando tenía
unos dieciocho años, fue enviado de vuelta a Baltimore para vivir con la
familia Auld; ya principios de septiembre de 1838, a la edad de veinte años,
Douglass logró escapar de la esclavitud mediante la suplantación de un
marinero.
Primero
fue a New Bedford, Massachusetts, donde él y su nueva esposa, Anna Murray
comenzaron a formar una familia. Siempre que podía asistió a reuniones
abolicionistas, y, en octubre de 1841, después de asistir a una convención
contra la esclavitud en la isla de Nantucket, Douglass se convirtió en profesor
en el Massachusetts Anti-Slavery Society (Sociedad Anti-Esclavista) y en un
colega de William Lloyd Garrison. Este trabajo lo llevó a hablar en público y
por escrito. Él publicó su propio periódico, La Estrella del Norte, participó
en la convención de los derechos de las primeras mujeres en Seneca Falls, en
1848, y escribió tres autobiografías. Fue reconocido internacionalmente como un
abolicionista dedicado, trabajador incansable por la justicia y la igualdad de
oportunidades, y un defensor infatigable de los derechos de las mujeres. Se
convirtió en un asesor de confianza de Abraham Lincoln, Mariscal Federal para
el Distrito de Columbia, Registrador de Contratos de Washington, DC, y el
Ministro General de los Estados Unidos en la República de Haití. Frederick
Douglass murió a última hora de la tarde o por la noche, el martes 20 de
febrero de 1895, en su casa de Anacostia, Washington, DC. "
Si un esclavo logró superar su
condición de cautiverio y alzarse como hombre libre e intelectualmente destacado
en un país repleto de odio y resentimientos racistas, entonces yo proclamo que
en Iberoamérica si se quiere sí se puede
– pero no sin antes reconocer, aceptar y lograr “lo que hay que hacer”.
El iberoamericano no quiere ni tomar
responsabilidad por reconocer los medios a su disposición para superar su condición
– el tiempo y los recursos malgastados en su recreación regular – ni tampoco quiere
comprometerse en emprender el esfuerzo necesario para aplicar con eficacia esos
recursos. Nada se asemeja a Fredrick Douglass. Se queja de que sus propios políticos
muestran un desprecio total hacia el pueblo, del cual se enriquecen con su corrupción,
pero se niega a tomar responsabilidad por ganarse activamente el desprecio
de sus políticos con sus patrones y actitudes disfuncionales, soberbios, irresponsables,
y apáticos. Como dijo Malcolm X, “nadie te da la libertad, si eres un hombre la
tomas.” Esa “libertad” no es sino la liberación de la mentalidad colonizada. Sin
lugar a dudas el político iberoamericano, con frecuencia educado en los EE.UU.,
es familiar con el ejemplo famoso de Fredrick Douglass, y no podrá, consciente
o inconscientemente, sino efectuar una comparación entre éste y los habitantes
de su propio país, comparación nada favorable para el pueblo que representa. Basta
de excusas; y no me vengan con absurdidades patéticas de que es mucho exigir al
trabajador mexicano que aplique su tiempo libre después de una “larga” o “ardua”
jornada laboral. Si un ser humano se niega a aplicar su tiempo libre para el cultivo
de su intelecto con el propósito de mejorar su propia condición, en efecto está
negando lo único que le distingue de una mula, de un burro, o de un buey, o
sea, se reduce a sí mismo a la categoría de bestia de carga.
El término clínico “negativista
desafiante” lo he aplicado de forma regular, esperando (como idealista iluso
que a veces resulto) que el lector hiciera caso del accesible Google para salir
de su ignorancia y lograr una comprensión del término – grave error por mi
parte. La condición de “negativista desafiante” se refiere a un trastorno
conductual que como todos los trastornos conductuales se refleja en, y afecta
a, no solamente la conducta en sí, sino que sobre todo distorsiona cómo el
afectado percibe la conducta misma y, lo peor de todo, cómo recibe cualquier
intento de corrección o de intervención correspondiente. (Da la “casualidad”
que el tratamiento de individuos diagnosticados con este trastorno, junto con
aquellos diagnosticados con su versión más acentuada, la del “trastorno
disocial”, era mi especialidad trabajando como psicólogo en una institución
correccional adolescente femenina en los EE.UU.) En breve el negativismo se resume
como el “trastorno del comportamiento caracterizado por oposición, resistencia,
y rechazo a cooperar incluso con las peticiones más razonables y una tendencia
a actuar de una forma contraria”
o en más detalle como “una categoría nosológica incluida en el Manual
Diagnóstico y Estadístico (DSM-IV) de la American Psychiatric Association,
donde es descrito como un patrón continuo de comportamiento desobediente,
hostil y desafiante hacia las figuras de autoridad, el cual va más allá de la
conducta infantil normal.”
Cualquiera que haya vivido
íntimamente y extensamente con numerosas manifestaciones de la cultura hispana
(peninsular o iberoamericana) como lo he hecho yo podrá dar testimonio de que
el hispano es dado, por cultura, a rechazar cualquier imposición disciplinaria
y por ende formativa a su conducta, y a discutir, de tú a tú, desde la soberbia
de su falta de formación, y de forma irreverente sino grosera, con cualquier experto en su propia materia:
discutirá con un profesor universitario sobre cuestiones de cultura sin haber
tenido una formación alguna en esa materia; contenderá con un experto en
religiones del mundo en cuanto a la religión – sin haber siquiera leído su
propia biblia; rechazará la
interpretación histórica de un evento sin conocer la historia misma y sin
molestarse siquiera en instruirse al respecto, etc., etc., etc. Y todo en pos
de reafirmar lo que entiende, desde su limitada perspectiva, ser una ideología
de igualdad social. Es decir, no se molesta en cultivar su entendimiento para
elevarlo al nivel del experto, pero reduce el prestigio y el valor del experto
a su bajo nivel de mediocre comprensión. Claro que la religiosidad que afirma
que todos somos “iguales antes los ojos de Dios” juega un papel prepotente, e
inconsciente, en esta postura.
Pero la definición clínica del
“negativista desafiante” es mucho más precisa y nos ayuda a comprender la
esencia de un patrón auto-derrotista en la psicología trastornada y
disfuncional del hispano:
Para
cumplir los criterios del DSM-IV-TR, deben tomarse en cuenta ciertos factores. Primero, el [patrón de] desafío
debe ser lo suficientemente severo como para interferir con su habilidad para
funcionar en la escuela, hogar o la comunidad. Segundo, el desafío no ha de provenir de algún otro
trastorno, tal como la depresión, ansiedad o un trastorno de conducta de mayor
severidad (de tal manera que entonces no sería un trastorno en sí sino parte
del otro trastorno). Tercero,
las conductas problema de la niña o niño han estado sucediendo por lo menos
durante seis meses. [Énfasis mio.]
Aquí se requiere hacer un
comentario en términos de los factores mitigantes o delimitantes del criterio
diagnóstico. Primero que la disfunción de las familias, las
comunidades, las sociedades, y las naciones o países iberoamericanos es
cuestión de evidencia empírica: no cabe duda. Segundo, que en
términos del origen, tampoco cabe duda que el iberoamericano padece de un
estado de depresión psicosocial-cultural – nadie sale de una
colonización/explotación de quinientos años ileso. Pero cuando yo empleo el término
“negativista desafiante” no lo uso tanto en términos de un diagnóstico clínico
sino como una descripción característica de las conductas propias de esta
cultura. Tercero, representan patrones arraigados en la cultura
desde hace siglos.
Por ejemplo, me queda claro
psicológicamente, que el latino discute con el experto y rechaza de antemano
todo conocimiento que le lleve, implícitamente o explícitamente, a una
responsabilidad por su condición porque se siente, como resultado de su
indefensión aprendida, como impotente para realizar tal cambio. Su rechazo, su
hostilidad, su agresividad, no es sino un mecanismo de defensa para evitar
reconocer (de nuevo) su percibido estado de impotencia, de falta de control
sobre su propio destino. Continuemos:
Criterios diagnósticos
Un
patrón de conducta negativista, hostil y desafiante que ha durado al menos seis
meses, durante los cuales cuatro o más de los siguientes están presentes:
Nota:
Considérese cumplido un criterio sólo si el comportamiento ocurre más
frecuentemente de lo que es típico para individuos de una edad y nivel de desarrollo
comparables.
1.
Pierde los estribos con frecuencia
2.
Discute con adultos [o con
individuos que debiera reconocer como sus superiores] frecuentemente
3.
Desafía activamente o con frecuencia
rehúsa acatar las peticiones o reglas de los adultos [o figuras de autoridad]
4.
A menudo deliberadamente irrita a
los demás
5.
A menudo culpa a otros de sus
errores o mala conducta
6.
Con frecuencia aparece enojado y
resentido
7.
Con frecuencia se muestra rencoroso
o vengativo
8.
La alteración en la conducta causa
un impedimento clínicamente significativo en su funcionamiento social,
académico u ocupacional.
9.
Las conductas no ocurren
exclusivamente durante el curso de un trastorno psicótico o del estado de
ánimo.
10.
No se cumplen los criterios para
trastorno disocial y, si el individuo tiene 18 años o más, los criterios no se
cumplen para el trastorno de personalidad antisocial.
Si
el niño o niña cumple al menos cuatro de los anteriores criterios, y estos
interfieren con su vida normal, entonces técnicamente cumple con la definición.
No se puede ser conocedor de la
cultura latina en general y de la iberoamericana en particular sin reconocer
ampliamente la manifestación extensamente difundida de estos patrones
conductuales disfuncionales.
El latino no solamente exige que un
político le libere de si mismo, sino que reúsa comprender los factores más
determinantes de su futuro:
1) Dado su actual estado de subdesarrollo
descrito anteriormente, su única aportación como recurso de intercambio en el
mercado internacional es como mano de obra explotada.
2) Dado su rechazo hacia cualquier influencia
disciplinaria, analítica, y formativa, no se presta sino a continuar en su
condición de recurso de explotación.
3) Dado su predisposición al malgasto
de su tiempo libre, o sea su propia apatía y su propio hedonismo, jamás logrará
trascender su condición como recurso de explotación.
4) Dado su nivel de subdesarrollo
intelectual, no puede confiar en sus propios recursos analíticos ni en su
propia perspectiva para tener una visión lo suficientemente objetiva y libre de
distorsión con respecto a su propia realidad o a la realidad internacional en
la cual se encuentra inmerso. Sin estas perspectivas objetivas no puede esperar
lograr un cambio positivo por cuenta propia: con frecuencia la
pseudo-intelectualidad carente del iberoamericano acaba siendo como el ciego
guiando al ciego o como el principiante que acaba de aprender las reglas del
ajedrez y desear prevalecer en un torneo de grandes maestros.
5) Ninguna de las fuerzas que en el
presente se benefician de su explotación – el Estado, la Iglesia, y las
Empresas Transnacionales – van a hacer esfuerzo alguno para cambiar la situación
de ‘explotabilidad’ del iberoamericano: hacerlo estaría en contra de sus
propios intereses.
El único mecanismo mediante el cual
se puede esperar tener una leve esperanza para romper el ciclo vicioso,
maquiavélicamente implantado por las fuerzas colonizadoras de la cultura (la
corona española y su compañera de genocidio la Iglesia católica), y
expertamente explotado por los emergentes estados criollos y por las
transnacionales extranjeras, está en fomentar un movimiento formativo – mental,
conductual, y emocional – a nivel popular: precisamente exigir al trabajador – al igual
que se exigió a sí mismo el ex-esclavo y autodidacta Fredrick Douglass – que
después de su jornada laboral de 12 horas, seis días a la semana, ocupe su tiempo
libre en su formación y no en su recreación.
Sin una formación integral,
vastamente superior a la disponible mediantes los sistemas educativos vigentes
en Iberoamérica, el proceso democrático no deja de ser una mascara endeble para
ocultar un proceso político totalitario y comprometido a la explotación de las
masas y de los recursos naturales de los países iberoamericanos: la democracia
es para adultos emocionalmente maduros e intelectualmente formados, nunca podrá
funcionar al beneficio del pueblo en una cultura disfuncional, dominada por
creencias obscurantistas, y esclavizada por una cosmovisión mágico-ilusoria.
Finalmente, hay que poner un plan en
acción: Lo que se precisa, finalmente, es una formación precisa,
integral, completa para asistir, y dirigir al individuo dispuesto al compromiso
de las riendas del destino de su propia condición y de la de su familia, su comunidad,
y su nación. Hay que poner en marcha un programa de formación integral –
educacional y personal – que remedie el grado de disfunción severo y múltiple,
la mentalidad colonizada, y el atraso cultural cuatricentenario de Iberoamérica
que le rinde inadaptada con respecto a la cosmovisión filosófica-científica
operantes en las sociedades primermundistas.
Solamente queda afirmar que dicho programa
de formación ya existe y está en funcionamiento.
He
Dicho. Así Es. Y Así Será.