ANOTACIONES
PARA EL 3 DE MAYO, 2013
2013 – 8. Breve ensayo sobre “¿Por
qué el colonizado rehúsa cualquier plan de tratamiento?”. Generalmente hablando ‘muchos’ (Ej.: periodistas,
sociólogos, científicos políticos, académicos, etc.) concurren con la naturaleza
de los problemas del Tercer Mundo, y por el ‘Tercer Mundo’ me refiero también
al Tercer Mundo dentro del Primer Mundo (Ej.: buena parte de las poblaciones
afroamericanas, hispanoamericanas y amerindias en los EE.UU.; inmigrantes
musulmanes de países tercermundistas en Europa, etc.). La mayoría de ‘éstos’
logran concurrir al menos con los síntomas generales del problema, y muchos de
‘éstos’ concurren con la diagnosis del mismo, acuñando el término ‘tercermundismo’ al complejo de
patologías psicosociales propias de los países en vías de desarrollo.
No
obstante esta concordancia, sobre todo en cuanto a la diagnosis profunda del tercermundismo, por lo
general me encuentro en una categoría exclusiva por la importancia que otorgo a
los efectos del fenómeno conocido como la religiosidad,
relación causal que he comentado en detalle anteriormente y que mencionaré de
forma breve a continuación. Generalmente hablando el mundo académico evita
atribuir cualquier defecto o problema social a cuestiones de creencias o
prácticas religiosas. Esto es parte de la formación profesional e intelectual
en disciplinas como la psicología clínica, la sociología, o la antropología. Se
da tanto como por motivos de las propias creencias (que consideran sacrosantas)
de los académicos; por la alta estima que tienen por sus carreras profesionales
(criticar a Dios o a la religión, sobre todo en los EE.UU., es anatema y causa
de excomunión profesional); por atribuciones a la importancia de la libertad de
culto (liberalismo idealizado); etc., o por una combinación de todo anterior. Esta
dispensación al culto religioso es, además de ser impráctico, totalmente
absurdo: nada define más la cultura de un
pueblo que su religión; nada define
más la sociología de un pueblo más que la cultura; nada define más la economía más que la sociología; por ende: toda la pirámide socioeconómica se sostiene
sobre una base religiosa. No obstante, creo ser el único, que yo sepa, que
se atreve a afirmar que el emperador está desnudo en este aspecto tan esencial
para el progreso de los pueblos del Tercer Mundo como resulta ser superar el
obscurantismo de su cosmovisión mágico-ilusoria. (Vean mi ensayo “Lo que hay que hacer”.)
Si
dejamos a un lado estas cuestiones religiosas podemos observar que la mayoría
de los eruditos, y hasta los no eruditos, suelen ponerse de acuerdo en términos
de los problemas que acechan y definen al Tercer Mundo: la falta de formación
educacional general; la corrupción política, jurídica y policíaca; las
deficiencias de infraestructura (carreteras, hospitales, abastecimiento de agua
y electricidad, etc.). Algunos, los más psicológicamente inclinados, hablarán
del legado del colonialismo en cuanto a los esquemas mentales que dominan a
todos los niveles de la sociedad, incluyendo una tremenda indefensión aprendida
donde la víctima se auto-victimiza sin otro crimen más evidente que su propia
apatía y la profecía autorrealizable de su propia derrota.
Ahora,
si pasamos a las causas de estas condiciones, casi todos concuerdan con los
efectos del pasado histórico – el colonialismo, por ejemplo – cuyas trágicas
lesiones y traumáticos episodios han dejado profundas cicatrices a todos los
niveles de las sociedades del Tercer Mundo.
Bien,
pues una parte significante de mi preparación profesional y académica es
precisamente clínica: psicología clínica de nivel de posgrado, e hipnosis
clínica y médica. Soy un adherente, para
el tratamiento de cualquier patología, del paradigma
biopsicosocial – considerando la integración de la biología, de la mentalidad,
y del contexto socio-cultural del
paciente – a la hora tanto de establecer una diagnosis identificando la
naturaleza de la enfermedad de acuerdo a patrones discernibles; como de
identificar una etiología (o causa) de la patología; y sobre todo, y lo más
importante, a la hora de especificar un determinado régimen de tratamiento. El
tratamiento hace al verdadero terapeuta, ya que como dice el refrán: “con
diagnosis pero sin tratamiento no eres un clínico,
sino sólo un cínico.”
Es
‘curioso’ que pocos expertos se adentren al tratamiento del fenómeno del
tercermundismo. Digo curioso porque carreras profesionales – académicas y
políticas – se lograr especulando sobre la etiología y la diagnosis, pero se
evita como la plaga un verdadero plan de tratamiento que incomode al paciente –
el paciente en este caso siendo el pueblo mismo. ¿A qué me refiero por
‘tratamiento’? Por ‘tratamiento’ me refiero a un programa de transformación
viable, sustentable, que profundice en la raíz del problema en vez de andar con
masajes perfumados y trapos cosméticos. Me acuerdo de pronto de un artículo de
la revista ‘Proceso’ que afirmaba, en
referencia a los problemas sociales y políticos de México, que se trataba de un
país donde “el tratamiento se queda en la diagnosis”. Es muy cierto.
Claro,
entre las masas frustradas no faltan peticiones vociferas, a modo de ‘tratamientos
radicales y violentos’, para los problemas sociopolíticos y económicos del país.
¡Sí! ¡Pues cómo no! ¡Como si en Hispanoamérica la revolución sangrienta, sobre
entre las masas empobrecidas, entre ‘los de abajo’, gozara a largo plazo de
credibilidad histórica! Pero por lo general ese tipo de plática se limita a los
jóvenes embriagados por su inmadurez e ingenuidad o a los viejos embriagado por
su tequila y amargura.
Háblale
al tercermundista “común” sobre un plan de ‘tratamiento’ social, es decir, sobre
el tema de un plan de acuerdo al cual el pueblo mismo logrará cambiar sus
condiciones biopsicosociales – salud, psicología, sociedad, y como consecuencia
inevitable, economía – y te encontrarás con la personificación de la
resistencia – física, emocional, y argumentativa. Surgirá de pronto todo un
repertorio de razonamientos (algunos increíblemente convincentes) según los
cuales el pueblo “no puede hacer”, “no quiere hacer”, “no tiene por qué hacer”,
“no va a hacer”, “no es justo que haga”, “no funcionaría”, etc., etc. Los argumentos incluirán sin lugar a dudas referencias
a las causas históricas de la situación vigente, menciones de las fuerzas
políticas opresoras, y alusiones a los intereses económicos responsables por
las condiciones actuales, etc., etc.
¿Por
qué no llegamos al tratamiento en el
Tercer Mundo? ¿Por qué todo se queda en la diagnosis y en la etiología? Simple:
cuestiones de evasión de responsabilidad. Aquí el paradigma del
tratamiento mental – psicopatológico, conductual, etc. – puede ofrecer gran claridad
sobre la situación. Un paciente que viene a consulta para el tratamiento de un
problema existe inmiscuido en un complejo de factores constituidos por sus
condiciones biológicas, psicológicas y socioeconómicas – de ahí el paradigma biopsicosocial o BPS. Para comenzar al
ir al psicólogo el paciente más o menos sabe que la biología no la podemos
cambiar directamente con el tratamiento psicológico (con un tratamiento psiquiátrico
quizás, es decir, mediante el uso de fármacos y si es que se trata de una
patología que se presta a ello, pero incluso en esos casos no se puede evitar
la cuestión psicológica que aplica, por ejemplo, en la adherencia al
tratamiento y a lidiar con los aspectos psicológicos relacionados a la
enfermedad y no curables con pura medicina); segundo, el paciente ya es
consciente de que frecuencia las cuestiones socioeconómicas están también fuera
del alcance de su control. ¿Qué queda? ¿Sobre qué aspecto del paradigma
biopsicosocial de cualquier enfermedad opera la psicología? ¡Sobre la psicología,
claro está! La psicología está fundamentada en la posibilidad de cambiar la
mente o la mentalidad del paciente para lidiar con o reducir el sufrimiento
asociado con la patología. Cambiar mentes, más específicamente patrones o esquemas dentro de la mente: patrones
o esquemas de pensamientos, patrones o esquemas de conductas, patrones
o esquemas en cuanto a sus formas de sentir, en cuanto a sus
mismas emociones. Eso, ese tipo de
cambio, está al alcance de todos – el cambio de la mente, la modificación de la
mentalidad – pero no de cualquiera.
¿Por qué no de cualquiera? Porque para lograr hacer esos cambios, para lograr activar esa palanca psicológica hace
falta primero tomar responsabilidad por
su existencia, hace falta tomar responsabilidad por nuestra capacidad de
cambiarnos a nosotros mismos y mediante ese cambio cambiar nuestra existencia
dentro de las circunstancias que a veces nos son impuestas. Cambias el ‘ser’
para cambiar el ‘estar.
Pero
tomar responsabilidad es verdaderamente lo último que el colonizado quiere. Tomar
responsabilidad concuerda con
reconocer la autoridad. Adagio
militar: puedes delegar autoridad pero no responsabilidad. Es más cómodo,
mucho más cómodo quejarse de la oscuridad que esforzarse en ser una vela. Aquí
es donde Dios, o los dioses, y la religión en general entrar a jugar un papel
determinante. ¿Quién tiene toda la
autoridad – y por lo tanto toda la responsabilidad – en una cultura donde todo
es “¡si Dios quiere!”, o “¡gracias a Dios!”, u “¡ojalá!”?
Mientras
que la existencia de lo sobrenatural juegue un papel existencial en el
pensamiento del tercermundista, él (o ella) evitará tomar responsabilidad, y evitará
ejercer autoridad, por su propio cambio y continuará siendo un esclavo de su
propia irresponsabilidad.
Con
ello no quiero decir que la colonización no fuera la causa etiológica del
presente estado del tercermundista; ni tampoco quiero decir que otros factores
(los políticos, el capitalismo mundial, la falta de infraestructura, la falta
de calidad de la educación, etc.) no sean responsables por perpetuar ese
estado; pero lo que sí quiero decir es que nada de eso – ni el pasado, ni los
políticos, ni los intereses de las empresas transnacionales, etc. – están a su
alcance para cambiar y lograr superar su condición. Lo único que le queda es
transformar su ‘ser’ – su mente y su mentalidad – para como resultado cambiar
su ‘estar’, y para eso tiene que tomar responsabilidad.
He Dicho. Así Es. Y Así Será.